20 Ene Libertad para acceder a los contenidos culturales
Esta mañana nos desayunábamos con el cierre de la plataforma «Megaupload» por parte del Departamento de Justicia de la Administración Obama qué, por otra parte, considera a los creadores de la citada plataforma como una asociación de criminales, que han provocado pérdidas de 600 millones de dólares a la industria de los contenidos, así como el enriquecimiento de sus miembros con más de 160 millones de dólares.
Las salpicaduras del cierre de esta web han llegado, incluso a España, al considerar el FBI, que el portal Series Yonkis pertenece a dicha plataforma, y por ende debía ser cerrado. Sin embargo, como podemos leer en la portada del portal español, nada tienen que ver con Megaupload:
La empresa Burn Media, S.L., titular exclusiva de dichas páginas desde agosto de 2010, en ningún momento ha tenido contacto ni relaciones comerciales de ningún tipo con Megaupload.
Megaupload es una empresa diferente y, por tanto, completamente desvinculada a los servicios de Burm Media, S.L. Por este motivo, cualquier reclamación por el cierre de la página deberá hacerse a Megaupload, que es la que ofrecía los diferentes servicios de hospedaje a los usuarios registrados.
En España, como en el resto del mundo civilizado, el problema se magnifica, con detenciones y cierres de páginas, desde un lado o desde otro, como ocurría esta mañana con Anonymus al hachear diversas páginas del gobierno americano. El problema como bien señala
José Luis Orihuela, en
eCuaderno, no reside entre los gobiernos y los piratas, la raíz del problema son las industrias culturales.
Desde hace bastantes años, las industrias qué, en principio, representan a los creadores de los contenidos culturales, se lucran de forma salvaje de esos contenidos, ponen precios desorbitados a los consumidores, haciéndonos pagar cánones, que luego son inconstitucionales, con sistemas anacrónicos de pago por uso de los contenidos. La industria del cine y de la música son los ejemplos más claros. La proliferación de portales, en los que se descargan dichos contenidos, no ya para venderlos, sino para consumirlos, ha sido un hecho durante estos últimos años.
El problema es que el ciudadano, de a pié, con acceso a internet, allí dónde se encuentre, con velocidades de vértigo, no está dispuesto a seguir pagando esas barbaridades por cualquier contenido que quiere consumir. Muchos músicos se han dado cuenta, que no necesitan, ni a las sociedades protectoras de sus derechos, ni a las grandes productoras, para llegar al gran público. Con pequeños sellos discográficos, con estrategias de venta en formatos digitales, con la realización de conciertos en condiciones, se han encontrado un nuevo panorama, en el que, incluso, algunos, cada vez más, utilizamos medios de consumo de contenidos culturales de pago, si si si, de pago, como Spotify, en los que podemos consumir los contenidos, sin necesidad de realizar descargas de contenidos en portales como los cerrados.
En la industria cinematográfica lo que ha ocurrido, lo que sigue ocurriendo, es sencillamente escandaloso, las grandes productoras junto con las sociedades de defensa de los derechos de propiedad intelectual de sus asociados, siempre unos poquitos, aquellos que tragan con todo, aunque cada vez son menos, han conseguido, que en países, como España, el consumo de productos españoles, haya caído hasta lugares nunca vistos, como se decía hace casi un año
Alex de la Iglesia, al señalar que la industria del cine no debía tener miedo a Internet.
Hoy Alex se preguntaba, qué pasaría con los
contenidos legales alojados en Megaupload. Y yo voy más lejos, dónde queda la libertad de expresión, dónde queda la libertad para el consumo cultural. Con cierres como los de anoche, en plataformas donde algunos o muchos pagaban por descargarse dichos contenidos, la libertad queda pergeñada.
Mientras la industria de los contenidos culturales no atienda a razones, seguiremos tratando de consumir contenidos, mediante descargas en portales como Megaupload, o utilizando diferentes portales de micropago, que no supongan un gasto, tan brutal, para que encima todo el pastel se lo repartan unos pocos.
Para acabar, si hay algún incrédulo defensor de las industrias de contenidos culturales con formatos tradicionales, que lea algunos de los
artículos de hoy de
Enrique Dans, muchos más clarificadoras que las líneas de este post.
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